APOYO ECONÓMICO Y AMBIENTALISMO

Sobre la base de una exitosa experiencia llevada a cabo en Indonesia hace unos años, en la cual se otorgó una ayuda económica mínima a pobladores de bajos recursos en zonas forestales, y que dio como resultado una notable disminución de la tasa de deforestación, un grupo de científicos buscaron calcular cuánto costaría extender esa experiencia a las zonas de todo el mundo cuya conservación se ve amenazada. Se trata, pues, de dar a cada poblador de una zona donde la biodiversidad se vea amenazada una pequeña cantidad de dinero para que no se vea tentado a obtener ese beneficio de la naturaleza en peligro. En el caso de Indonesia el resultado fue el esperado.


En un artículo por Emiel de Lange y colaboradores en la publicación Nature Sustain llegaron a la conclusión de que aun aportando una suma minúscula a cada receptor de todas las zonas cuyo ambiente se ve amenazado, se alcanzan sumas astronómicas. Pero, sin embargo, esas sumas comparadas con los US$ 44.000 billones en productividad económica de los sistemas naturales, “representarían una inversión inteligente para proteger nuestro mundo natural”, dicen los autores del artículo.

Este Ingreso Básico Conservacionista (CBI por sus siglas en inglés) tiene, según los autores, su lógica en términos tanto de justicia como de ventajas prácticas. Hoy el mundo apunta a proteger el 30% de la tierra y los océanos para el 2030, y se teme que esa protección afectaría a los recursos obtenidos de la naturaleza, carga que caería desproporcionadamente sobre las poblaciones cerca de los puntos neurálgicos de la biodiversidad; y mucha de ella afectaría a los países más pobres. Los pagos directos a los pobladores de esas zonas “distribuiría más equitativamente los costos y beneficios de la conservación al mejorar el nivel de vida, reducir la pobreza y redistribuir las inequidades”, dice de Lange.

Los aportes diarios per capita estarían relacionados con los ingresos a los niveles de pobreza de cada país. Las cifras que surgen de los cálculos son enormes mucho mayores de los US$ 133.000 millones que las naciones del mundo invierten en conservacionismo. Ahora bien, de dónde saldrían esos enormes montos? Los autores sugieren una posibilidad: impuestos sobre actividades destructivas. Mencionan que hoy las producciones de energía y la agricultura reciben subsidios de entre US$ 280 a 500 mil millones al año, lo que sería suficiente para pagarle US$ 5,50 por día a cada uno de los 238 millones de personas que viven en áreas protegidas en los países más pobres.

Pero, hay seguridad de que el dinero que se invirtiera en un megaproyecto semejante vaya a dar exactamente los resultados esperados? Sabemos si la reacción de los receptores va a ser aquella a la que apuntamos? Si bien los resultados en el caso mencionado de Indonesia fueron excelentes, otros casos similares o parecidos dieron resultados totalmente opuestos a los que se estimaban. La realidad es que hay muy poca información acerca de la reacción del hombre a estos incentivos en cada región y cultura del mundo. Quizás no haya más recurso que probarlo en las distintas partes del mundo y entonces reaccionar en consecuencia.

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